El caso de Zara ilustra una vez mas la paradoja del Islam en el mundo moderno
Zara fue sentenciada a muerte cuando volvió a Oriente Próximo. Su marido -el marido con el que se había casado por amor en contra de las órdenes de sus padres; el marido que bebía, la amenazaba con un cuchillo y la violaba repetidamente; el marido que la había llevado a vivir a Gran Bretaña por motivos de trabajo- había decidido volver a su país natal para explicarle a la familia que Zara había cometido el peor de los crímenes: había conocido a otro hombre y quería el divorcio. Y así pasó: Zara tuvo que enfrentarse, sola, a un salón lleno de familiares dispuestos a repudiarla por pretender romper una familia.
«Me sorprendió ver a unas 60 o 70 personas en su casa. Su madre me llamó cosas muy malas. Me llamó prostituta delante de mis hijos», recuerda ahora Zara a cambio de que no se use su nombre real (Zara es un pseudónimo). «Recuerdo que mi suegra me miró a la cara mientras sostenía las manos de mis dos hijos. Me dijo: ‘Mi hijo es médico. Deberías estar orgullosa. ¿Quién eres tú para engañar a mi hijo? ¿Quién eres tú? Yo cuidaré de tus hijos. No te mereces ser una madre. Todo esto mientras mis hijos me miraban». Y entonces se llegó a la conclusión de que lo más lógico era matarla.
Pero Zara no había engañado a su marido. Tampoco estaba orgullosa de su matrimonio. Sencillamente era una mujer que había desafiado las convenciones casándose por amor y luego, cuando se mudó a Inglaterra, encontró una alternativa a las creencias orientales en Occidente. Pero tenía que guardar las formas. Por poner un ejemplo: podía plantearse el divorcio «pero no podía comentárselo a nadie porque hablar mal de tu marido está muy mal visto», comenta.
Un día huyó de casa y conoció a otro hombre del que se enamoró. Ya no había alternativa posible. Tenía que mencionarle la palabra tabú a su marido en su casa de Gran Bretaña: «Quiero el divorcio», dijo. «No quiero serte infiel. Esta relación está rota. Todo lo que quiero es mantener la relación con los niños».
En un principio, el marido aceptó, pero a cambio, le pidió que volvieran a su país natal de Oriente Próximo. Allí, Zara no solo tuvo que enfrentarse a los 60 o 70 familiares indignados. Después de eso, el marido le dijo a su padre: «Si eres hombre, lávate esa vergüenza. Si eres hombre, mata a tu hija». El padre no tenía alternativa. Zara tampoco. Como le dijo la única persona del mundo que estaba de su lado, su hermana: tenía que huir para dejarlo todo atrás. Antes fue capaz de llamar a su padre para oír su voz por última vez: «Me dijo que me echaba de menos y que quería verme».
Y así lo hizo ella, fue a su casa justo cuando su padre estaba hablando con su madre, diciéndole cosas como, «sé que no engañó a su marido, pero ha traído vergüenza a la familia, vergüenza que no podemos limpiar ni con su sangre. Sé que es inocente. Pero no podemos no hacer nada».
Entonces, prosigue Zara, su padre le explicó su razonamiento: «Me dijo que me enviaba de vuelta a casa, que no podía protegerme, porque me mataría algún tío o algún primo mío. No había opción. No quería dejarme ir pero tenía que librarse de la vergüenza que le había reportado a la familia por mi estupidez, por tener la honestidad de decirle a mi marido que amaba a otro hombre. Ese es mi crimen».
Hoy, Zara ha accedido a contar su historia sin dar muchos más detalles. Hace cinco años que no ha vuelto a ver a su familia. Aún recuerda lo que le puso su hermana en una nota cuando se fue, refiriéndose a su pueblo natal: «Será tu tumba»
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http://laaletheia.wordpress.com/2009/06/16/el-infierno-de-las-mujeres-y-los-falsos-musulmanes/